La política de no confrontación como metáfora de la sociedad puertorriqueña

Patrick-André Mather

Desde 1898, Puerto Rico es un territorio norteamericano debido a la victoria de los Estados Unidos sobre España. El año de la invasión, la isla ya tenía 4 siglos de historia colonial española y, a pesar de la tutela norteamericana, pudo conservar y promover su patrimonio cultural y lingüístico. En 2010 subsisten diferencias importantes entre Puerto Rico y los Estados Unidos, a pesar de similitudes superficiales como los supermercados, la restauración rápida o la dominación del cine de Hollywood. Entre las especificidades puertorriqueñas, aparte del arte, de la música y de la gastronomía, uno piensa primero en el idioma castellano, lengua materna de la mayor parte de la población, de la cual solo la mitad se dice bilingüe. Existen en Puerto Rico también algunas minorías extranjeras, mayormente de Republica Dominicana, pero también americanos y europeos. En este artículo, veremos que el aprendizaje de una lengua no es suficiente para garantizar una comunicación eficaz, porque hay también diferencias importantes al nivel pragmático, incluso en la concepción de los modales y la importancia para los puertorriqueños de guardar las apariencias y evitar a cualquier precio situaciones de conflicto.

Primero, voy a resumir los trabajos de Grice (1975) sobre las máximas de la conversación, y también la obra de Morris (1981), ex-catedrático del Programa Graduado de Traducción de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras, sobre la comunicación intercultural en Puerto Rico. Luego, utilizando dos anécdotas vividas por el autor de este artículo, veremos cómo el arte de la conversación en Puerto Rico tiene aspectos comunes con la comunicación indirecta en ciertos países de Asia, y cómo esas diferencias crean malentendidos de comunicación. Concluiré con una reflexión sobre las consecuencias de este arte de la conversación sobre la estructura y el funcionamiento de la sociedad puertorriqueña.

1. Las máximas de la conversación (Grice, 1975)

En su libro publicado en 1975, Logic and Conversation, Grice explica que los hablantes que participan en una conversación siguen el Principio de cooperación. Este principio contiene nueve máximas, que los locutores supuestamente respetan y utilizan para facilitar la comprensión. Sirven a permitir la interpretación de una oración por los interlocutores, y se dividen en cuatro categorías.

Las máximas de cantidad N1 y N2 expresan condiciones sobre la cantidad de información compartida. Un comportamiento cooperativo es basado sobre une intercambio suficiente (N1) y mínimo (N2).

Las máximas Q1 y Q2 expresan condiciones sobre la cualidad de la información compartida. Siempre dentro de un comportamiento cooperativo, el intercambio no puede contener información falsa (Q1) o que no se puede justificar (Q2).

La máxima de relación R1 tiene que ver con la pertinencia de la oración en el contexto de una conversación.

Las máximas de manera (que quizás pueden variar entre comunidades lingüísticas) describen cómo la contribución debe ser hecha. La expresión tiene que ser clara (M1) y sin ambigüedad (M2). Para lograr esos objetivos, uno tiene que hablar de manera concisa (M3) y metódica (M4).

En la comprensión de un enunciado, el reto es no solamente comprender, sino interpretar las oraciones: “La actitud que consiste en atribuir estados mentales a otros va mucho más allá del uso del lenguaje. Se llama de manera común la estrategia del intérprete, que permite pasar de la decodificación, que solamente da una interpretación parcial de las oraciones, a una interpretación completa” (Reboul y Moeschler 1998: 21). Además, la interpretación contextual de oraciones puede variar de un idioma al otro, de una cultura a la otra, y cualquier persona que haya viajado en el extranjero sabe que cada lengua tiene sus tabúes, sus códigos de conducta, maneras más o menos directas de preguntar, exigir, ordenar, es decir, de confrontar sus necesidades con las del otro. Como lo menciona Kerbrat-Orecchioni (1992: 8, tomo 3), “las reglas de la conversación no son universales: varían de una sociedad a la otra”, como lo veremos aquí en nuestro análisis contrastivo de las sociedades norteamericanas y puertorriqueñas.

Según Reboul y Moeschler (1998: 38), “cualquier teoría pragmática debe permitir describir lo que hacemos en la vida cotidiana con el lenguaje, y la mentira es desafortunadamente un acto cotidiano”. Veremos que la definición de mentira puede también variar de una cultura a la otra.

2. Un estudio etnográfico: Saying and Meaning in Puerto Rico (Morris 1981)

Al final de los años setenta, Marshall Morris, un catedrático en la Universidad de Puerto Rico (Recinto de Río Piedras), publicó un estudio detallado sobre la etnografía de la comunicación en Puerto Rico. Este estudio fue publicado y traducido en español, y está basado en la hipótesis de una “discrepancia sistemática entre la forma lingüística y el significado”, que el autor atribuye al comportamiento comunicativo de los puertorriqueños.

Su estudio está basado sobre anécdotas de extranjeros viviendo en Puerto Rico, y tratando de entender y de ser entendidos en varias situaciones. Morris constata que, encima de las dificultades puramente lingüísticas, hay problemas de comunicación relacionados con la interpretación de los enunciados, y la comprensión de la intención real del locutor puertorriqueño que es, a veces, ambigua para los extranjeros americanos o europeos.

Una de las razones invocadas por Morris, que podría explicar la diferencia entre forma y significado, es una regla tácita de la sociedad puertorriqueña: evitar acusar o confrontar a los demás, lo que exige paciencia, un gran control, y la capacidad de formular críticas o deseos de manera indirecta. Entonces, según Morris, dado que nadie se atreve acusar ni criticar a los demás directamente, existe cierto laxismo en el cumplimiento de los compromisos, y también cierta irresponsabilidad, del punto de vista norteamericano (pp. 88-89), incluso en asuntos de civismo (limpieza de los lugares públicos). De hecho, no importa lo que uno haga, nadie se atreve a criticarle abiertamente. Además, si uno se atreve a criticar a alguien, la persona tratará de imputarle la culpa, contra toda lógica, para guardar las apariencias. La expresión Ay bendito (de “Ay, bendito sea Dios”) significa que uno se remite a Dios, al destino, y como resultado uno se deshace de cualquier responsabilidad frente a los eventos.

Morris resume el problema de la interpretación de los enunciados:

“En Puerto Rico, donde uno supone que usted tiene siempre una intención secreta, que hay siempre un motivo escondido detrás del enunciado más sencillo, y que uno siempre debe de interpretar en lugar de entender un comentario en el primer nivel, uno suele contestar no a la pregunta, sino al motivo detrás de la pregunta. Así, cuando uno hace una pregunta directa, la respuesta es generalmente indirecta” (Morris 1981: 94).

La conclusión principal del estudio de Morris es que existe en Puerto Rico una Convención de expresión indirecta (p. 109) que caracteriza las interacciones verbales. Para los puertorriqueños, esa convención es implícita, y uno aprende desde la niñez no cómo entender, sino cómo interpretar las intenciones escondidas del locutor, y a expresarse de manera indirecta para evitar situaciones de conflicto. Para alguien que no esté relacionado con esa dinámica, dicha convención tácita representa un reto considerable, y éste tiene la impresión (¿errónea?) de que las respuestas son sistemáticamente imprecisas. Quien no conoce los códigos implícitos de la conversación en Puerto Rico, que no sabe leer entre las líneas, según Morris, puede ser fácilmente manipulado porque no sabe interpretar las intenciones reales de su interlocutor.

3. Historias verdaderas: un extranjero en Puerto Rico

Primera anécdota

Cuando me mudé a Puerto Rico en agosto de 2003, tuve que esperar dos meses antes de recibir mis muebles. Hay que decir que la compañía de mudanza local, cuyas oficinas están ubicadas en Puerto Nuevo, nunca me llamó para informarme que mis cosas habían llegado, aunque yo había llamado a mi llegada para darles mi número de teléfono. Cuando llamé, por casualidad, para informarme sobre la situación, es que me dijeron que mis muebles estaban esperándome desde hace más de dos semanas en un almacén del puerto de San Juan.

Una vez mi apartamento limpio y amueblado, decidí invitar a algunos amigos para una recepción. Mi vecina y colega de la Universidad de Puerto Rico – vamos a llamarla María – me contesto lo siguiente cuando la invité con su esposo: “Vamos con mucho gusto, pero cuidado Patrick-André, estás en Puerto Rico, y tienes que invitar el doble del número personas que quieres recibir. La gente siempre dice que sí, pero no cumplen con su palabra, y no llaman para decir que no pueden venir.”

María no mintió: De las 16 personas que invité, y que aceptaron, la mitad no vino. Lo más sorprendente es que María y su esposo no vinieron. Algunos días después en la universidad, me vio en la sala de profesores, y me dijo con una cara triste: “Entonces Patrick-André, ¿cómo te fue la velada? Perdona que no fui, pero Marco y yo estábamos en la playa.”

Mi primera reacción, que afortunadamente no expresé, fue pensar que se burlaba de mí. Pensé en varias ocasiones, durante mi primer año en Puerto Rico, que la gente era irrespectuosa. Aun hoy, cuando pierdo la paciencia al final de un día largo bajo el calor pesado del Caribe, me es difícil no pensarlo. Pero María es una persona generosa, amable, e incapaz de cualquier malicia. También, mis conversaciones con otros extranjeros me ayudaron a relativizar las cosas, y a emitir hipótesis sobre los mecanismos de la conversación en Puerto Rico.

Segunda anécdota

En el otoño 2005, mi amigo René me llamó para decirme que había recibido boletos gratis para el recital de una soprano rumana en el Centro de Bellas Artes de Santurce. Tenía diez boletos que compartió con varios amigos suyos. Una amiga quería acompañarme, pero tuvo que comprar su propio boleto porque ya no quedaban boletos gratis. Durante el intermedio, pregunté a René si, después del concierto, le gustaría a él y a sus amigos ir a cenar o tomar un trago en un restaurante cubano donde habíamos cenado en varias ocasiones, y que nos gustaba. Me contestó que sí, y prometió mencionarlo a los demás miembros del grupo.

A la salida del concierto, nos encontramos a la entrada, y pregunté a los demás si les gustaría ir a este restaurante o a otro lugar. René parecía entusiasmado, y los demás sonrieron e indicaron con su cara que estaban de acuerdo. Les dije que iría directamente al restaurante en auto con mi amiga, y que cuando llegamos trataría de conseguir una mesa grande para todos. Llegamos los dos al restaurante, reservamos una mesa, y esperamos la llegada de René y de sus amigos. Nadie llego. Después de media hora, René me envió un mensaje de texto en mi celular: “No quieren ir al restaurante, prefieren ir a una discoteca, y como me están llevando no puedo hacer nada.”

Dos días después, me encontré por casualidad con un amigo de René, y le pregunté por qué no habían simplemente sugerido otro sitio u otra actividad si no les gustaba el restaurante en cuestión. Me contestó, con una expresión incómoda: “Pues no sé, mi amigo me dijo que parecía una cosa ya organizada en adelante, y de toda forma no me gusta mucho la cocina cubana.”

4. Un análisis de las interacciones verbales en Puerto Rico

A la luz de las anécdotas vividas por extranjeros viviendo en Puerto Rico (el libro de Morris contiene una mina de oro de anécdotas similares), cabe preguntarse si las máximas Q1, M1 y M2 son relevantes en Puerto Rico. Si no lo son, quizás han sido reemplazadas por otras máximas, y sencillamente son irrelevantes.

El caso puertorriqueño sugiere que las máximas de manera (M1 y M2) son muy relativas. Se sabe por ejemplo que en las culturas orientales, es  de mala educación rechazar de manera categórica, decir “no”. La misma regla parece aplicar en Puerto Rico, donde en lugar de decir “no”, uno dice “quizás” o “a lo mejor”, para evitar herir a su interlocutor. Así, en los intercambios verbales en Puerto Rico, parece que es secundario, o descortés, expresarse de manera demasiado directa o confrontacional. Si las máximas de manera son contingentes, si dependen de la comunidad lingüística, sin son idiosincráticas, quizás en Puerto Rico se pueden reformular de la manera siguiente:

M1 (PR): Exprésese de manera que evite toda confrontación directa.

M2 (PR): Exprésese de manera que preserve su honor y el de su interlocutor.

Aquí, el “honor” corresponde a lo que Kerbrat-Orecchioni (1992: 168) llama la “cara positiva, que corresponde al narcicismo, y a las autoimágenes positivas que los hablantes construyen y tratan de proyectar durante la interacción.” En sus interacciones verbales, los puertorriqueños tratan de complacer a sus interlocutores, a no antagonizarlo, y sobre todo, evitar una confrontación a cualquier costo. En resumen, en muchas ocasiones, la gente expresa no lo que desea, sino lo que piensa que el otro quiere escuchar (por ejemplo, que vendrán con mucho gusto a su fiesta)… y luego hace lo que desea realmente, sin preocuparse con sus compromisos. En algunos casos ambos coinciden (lo que prometen y lo que hacen), pero no es necesariamente la norma.

Como lo mencionamos, una variante de esa regla existe en culturas orientales. Por ejemplo, Goffman (1967: 17) menciona lo siguiente acerca de las interacciones entre Chinos y Occidentales: “The Western traveler used to complain that the Chinese could never be trusted to say what they meant but always said what they felt their Western listener wanted to hear. The Chinese used to complain that the Westerner was brusque, boorish, and unmannered.” Contínua su análisis diciendo que, de esta manera, el hablante (chino o, en nuestro caso, puertorriqueño) está tratanto sobre todo de guardar las aparencias: “He employs circumlocutions and deceptions, phrasing his replies with careful ambiguity so that the others’ face is preserved even if their welfare is not. »

Como lo señala también Lakoff (1989:102), “Politeness can be defined as a means of minimizing the risk of confrontation in discourse (…); politeness strategies are designed specifically for the facilitation of interaction.”

Naturalmente, la definición de “cortesía” varía de una cultura a la otra, y al ejemplo de los numerosos ejemplos descritos por Morris (1981), uno puede decir que la cortesía en Puerto Rico incluye estrategias, incluso la expresión indirecta, que en otras sociedades occidentales (Francia, Estados Unidos, Canadá) estarían probablemente consideradas como nefastas para la eficiencia de la comunicación.

En otro contexto, Kerbrat-Orecchioni (1992: 90) señala que en Japón, “uno no puede expresar directamente un rechazo o un desacuerdo. Para evitar causar tal afrenta, uno tiene que escoger entre varias estrategias más conformes con el principio sacrosanto de preservar el honor del otro, lo que incluye un “sí” ambiguo, un silencio prudente, y varias maniobras de evasión, o el recurso al lenguaje no verbal”.

De la misma manera, en Puerto Rico, no le toca al locutor hablar claramente, sino al auditor el encontrar el sentido real de las oraciones, la intención escondida detrás de un consentimiento aparente, por ejemplo, un “sí” ambiguo o un movimiento de la cabeza, como en nuestra segunda anécdota. En muchos casos, la máxima de la conversación está violada en apariencia solamente: está violada al nivel de lo que se dijo, pero no al nivel del “decir”, porque la información y la intención de comunicación se pueden conseguir con un cálculo a partir del contenido del enunciado y del contexto.

Expresarse directamente, claramente, rechazar una invitación, criticar abiertamente, todo eso forma parte de una falta de cortesía, es grosero: “Respectful talk, judging by the evidence, is certainly not direct talk” (Morris: 118). Es tan importante guardar las apariencias, que toda crítica directa puede ser interpretada como una tentativa de humillar a su interlocutor. Las personas demasiado directas reciben varios epítetos en Puerto Rico: presentado, averiguado, atrevido, abusador, entrometido, o irrespetuoso. Esas personas violan una máxima de la conversación en Puerto Rico: expresarse de manera indirecta para no ofender al interlocutor. Los puertorriqueños que han vivido en los Estados Unidos se encuentran en la situación delicada al tener que escoger entre dos modos totalmente distintos de expresarse.

Para resumir, se puede definir Puerto Rico como una sociedad con ‘ethos’ (actitudes) consensual (según la expresión de Kerbrat Orecchioni 1992: 85), aunque Kerbrat dice que los países germánicos y mediterráneos son sociedades con un ‘ethos’ más directo. Aparentemente, Puerto Rico no es una sociedad mediterránea, y quizás hay que buscar una explicación en el origen mixto de esa sociedad, y su herencia española, africana e indígena.

5. Algunas consecuencias de la “comunicación indirecta” sobre la sociedad puertorriqueña

Al principio de los años 1980, una huelga estudiantil de una duración sin precedente causó la intervención de la Policía en el recinto de Río Piedras. Después de provocaciones y de acciones torpes de la Policía, murió una estudiante y varios otros fueron heridos. Después de la huelga, la administración universitaria y las asociaciones estudiantiles se reunieron para redactar una política con el objetivo de prevenir ese tipo de tragedia en el futuro. Esa Política de no confrontación, en vigor hasta el 2010, dice que en ningún caso se puede permitir a la Policía municipal o estatal el acceso al recinto universitario. Además, cada vez que los estudiantes tienen una asamblea o decretan una huelga, la rectora ordena una suspensión de los cursos, según la voluntad de los estudiantes.

La política de no confrontación tiene el mérito de ser conciliadora hacía los estudiantes y de permitirles expresarse, pero también tiene sus límites. En la primavera de 2005, una huelga de más de un mes, a pesar de algunos logros, causó no solamente el cierre de la universidad y el bloqueo del acceso a los investigadores (incluso en Ciencias naturales, donde profesores perdieron meses de trabajo), pero también hubo casos de daño a los salones por algunos estudiantes. La pasividad o la ausencia de guardias de seguridad fue sorprendente frente a la importancia de los daños. La política de no confrontación permitió también el cierre del teatro universitario durante varias semanas en el otoño de 2006, porque los estudiantes estaban insatisfechos con el modo de gestión del teatro que acababa de abrir después de 10 años de cierre.

Recientemente, en el otoño de 2010, el gobierno estatal decidió abrogar la Política de no confrontación, por primera vez después de 30 años, y autorizó la entrada de la Policía, incluso la fuerza de choque, en el Recinto de Río Piedras. Estudiantes fueron arrestados por la policía, muchas veces sin cargo, en el recinto universitario, y también fuera del Recinto, incluso frente al Capitolio de Puerto Rico. Al final de 2010, la frustración de los estudiantes se debe al hecho que el acuerdo firmado con la junta de síndicos de la Universidad en noviembre de 2010 fue ignorado por el gobierno del Estado Libre Asociado. Aunque la administración universitaria se comprometió en honrar el acuerdo, al final la victoria de los estudiantes fue vacía, aunque habían negociado el acuerdo de buena fe. Esa frustración, y el sentimiento de traición, explican en gran parte la rabia de los estudiantes. Aparentemente, en algunos casos, la falta de cumplir con un compromiso previo molesta aun a los puertorriqueños. De cierta manera, la política de no confrontación sirve como metáfora de la reglas conversacionales de la sociedad entera, ya que ambas tienen como objetivo evitar todo tipo de enfrentamiento verbal o físico.

Para un observador externo, la política de no confrontación, a pesar de sus méritos, parece, a veces, una forma de capitulación, por miedo a una confrontación directa entre los estudiantes, la administración y la policía. Ese rechazo al conflicto está presente en la sociedad puertorriqueña, hasta en las reglas de la conversación, como lo discutimos en este artículo. Aun así, paradójicamente, en Puerto Rico el número de homicidios llegó a 977 en 2010* con una población de apenas 4 millones de persona. ¿Cómo se puede explicar esta paradoja?

Se han mencionado el problema de las drogas, y la rivalidad entre bandas de narcotraficantes. También se menciona la injusticia social, la corrupción y la frustración de la población ante esos problemas. Pero hay otro factor, lingüístico y cultural, que no se ha mencionado mucho, quizás por rectitud política, aunque es aparente para la gente que visita la isla, es decir, la preocupación constante de guardar las apariencias, de evitar a cualquier costo una confrontación directa, aunque signifique dar respuestas imprecisas. Pero al evitar la confrontación (que en otras sociedades se llama un dialogo abierto), no se resuelven los problemas, simplemente se pospone la resolución, y cuando la frustración llega a cierto punto, cuando la confrontación se vuelve inevitable, es aun más violenta porque corresponde a una acumulación de pequeñas capitulaciones, de pequeñas frustraciones, que al final pesan mucho, como en el caso del conflicto huelgario en la Universidad de Puerto Rico.

Conclusión

En este artículo se discutió una realidad cultural, lingüística y pragmática de la sociedad puertorriqueña, una manera particular de expresarse y de interpretar las intenciones de sus interlocutores. Para un puertorriqueño, el carácter voluntariamente impreciso e indirecto de las conversaciones no tiene nada sorprendente, porque se aprende desde la niñez no solamente a entender las oraciones, sino también a buscar las intenciones del hablante, y a reaccionar no a la pregunta, sino a la motivación aparente del otro. La sociedad funciona más o menos en un contexto donde el ciudadano está confrontado al estilo más directo de la sociedad norteamericana. Ese estilo “directo” está percibido como grosero, agresivo; cuando los puertorriqueños dan respuestas imprecisas, no están tratando necesariamente de engañar el interlocutor, sino más bien de evitar conflictos reales o imaginarios.

Para el observador externo, esa máxima de la conversación puede a veces ser bastante frustrante porque la gente está acostumbrada, en otras latitudes, a exigir respuestas claras y precisas, a llegar a la hora “americana” a las citas, a admitir sus errores sin invocar a algún dios omnipotente y misericordioso (el “Ay Bendito” sirve de disculpa en muchas circunstancias). Eso forma parte de la adaptación cultural necesaria, porque una persona que transgresa las reglas de la conversación, en Puerto Rico o en otra sociedad, corre el riesgo de estar excluido, o de vivir en la incomprensión permanente.

* El Nuevo Día, 1 de enero de 2011, edición electrónica elnuevodia.com

BIBLIOGRAFÍA

AUSTIN, J. L. (1962): How to Do Things with Words, London, Oxford University Press.
GOFFMAN, Erving. (1967) : Interaction Ritual: Essays on Face-to-Face Behavior, Garden City (New York), Anchor Books.

GRICE, H. P. (1975): “Logic and conversation”, Syntax and Semantics 3, New York, Academic Press,  pp. 41-58.

GRICE, H. P. (1979) : « Logique et conversation », Communications no 30, 57-72.

KERBRAT-ORECCHIONI, Catherine, (1990): Les Interactions verbales (tomes I, II et III), Paris, Armand Colin.

LAKOFF, G., “The limits of politeness: therapeutic and courtroom discourse”, Multilingua 8:2-3, 101-129.

MORRIS, Marshall (1981) : Saying and Meaning in Puerto Rico, New York, Pergamon Press.

REBOUL, Anne et Jacques MOESCHLER, (1998) : La pragmatique aujourd’hui : une nouvelle science de la communication, Paris, Seuil.

SEARLE, J.R. (1972) : Les actes de langage. Essai de philosophie du langage, Paris, Hermann.

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